Febrero
Mes de la Gratitud
La gratitud es uno de los rasgos de la espiritualidad de Don Bosco, es por ello que cada año celebramos la «Fiesta de la gratitud». Es una herencia de los tiempos de Don Bosco: «Estas fiestas - decía - hacen mucho bien a los jóvenes, inspirando en ellos el respeto y el amor hacia sus Superiores».
La palabra «gratitud» está emparentada con las palabras «gracia», «gratis», «gratuidad». En la vida todo es gracia, todo lo recibimos gratis. A través de la familia, de la escuela, de la sociedad, de la Iglesia, es Dios quien nos lo da todo gratuitamente.
Esto Don Bosco lo sabía, lo sentía. Hasta su vejez conservó honda gratitud hacia sus bienhechores, sus profesores, sus consejeros.
Recordemos algunos hechos: Cuando Juan Bosco era joven estudiante en Chieri, su compañero José Blanchard, viéndolo en estrechez económica, le llevaba alguna comida; Don Bosco nunca lo olvidó. Cuando en 1886 el anciano Blanchard visitó en Turín a su antiguo compañero, ya famoso y enfermo, Don Bosco le salió al encuentro, lo acomodó en su oficina, le preguntó sobre su vida, trabajo y familia; luego quiso que se quedara a comer con él, cediéndole su propio puesto en medio de los superiores salesianos, y quiso que todos supieran lo que el buen compañero había hecho por él cuando eran muchachos.
El anciano Don Juan Calosso, capellán de Murialdo, había sido para Juanito un padre, un maestro, un bienhechor. Con sus enseñanzas y consejos, Juanito había hecho muchos progresos. Pero murió repentinamente. Juan sintió mucho dolor; lloraba continuamente a su difunto bienhechor. El recuerdo de Don Calosso permaneció siempre vivo en su corazón, y dejó escrito de él: «He rezado siempre y mientras viva no dejaré de rezar cada mañana por este mi insigne bienhechor».
Hacia la familia Moglia, que lo había recibido cuando niño en su granja como mozo y que llegó a quererlo como a un hijo, Don Bosco no perdía ocasión para manifestarles su afecto y reconocimiento. Así también con la señora Lucía Matta, que lo había hospedado en su casa durante los años de estudios en Chieri y de la que tantos favores había recibido. Y no digamos del afecto y gratitud de Don Bosco hacia su paisano, don José Cafasso, que había sido para él maestro, amigo y colaborador; exhortaba a los muchachos del Oratorio a serle agradecidos y a rezar por él.
Pero todas esas expresiones de sincera gratitud no eran simples gestos de cortesía humana; tenían su raíz en una visión de fe. Esa fe Juanito Bosco la había aprendido de Mamá Margarita: «Dios nos ve, Dios nos ama, nuestra vida se desenvuelve en su presencia, él es cariñoso con sus criaturas, es providente, no nos dejará faltar lo necesario en el momento oportuno». Don Bosco estaba convencido de que el Señor le había confiado una misión especial para los muchachos; en sus sueños juveniles Dios le pedía que se fiara de él, le aseguraba que no le faltaría su ayuda. Y Don Bosco se fio. Aun en los momentos más duros de su vida, y fueron muchos, Don Bosco siguió creyendo que la obra era de Dios y que él no le fallaría. Por eso pudo vivir esa espiritualidad optimista, en la que cabía la alegría, el buen humor, la gratitud, la confianza: «Cuando se trata de ganar almas para Dios, yo me lanzo hasta la temeridad». Y Dios no le falló: para su proyecto educativo Don Bosco se sintió acompañado por gente de toda clase; sin capitales pudo realizar obras grandiosas.
“La gratitud es una virtud por la cual una persona reconoce en su interior y exterior los regalos recibidos”
El lema que nos motiva es: “Gracias por llevarme de la mano a Dios
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